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Historia de objetos II


Con papel de secreto

Escribe: Amparo Delgado

Entramos a la sala y fueron directo a ella. Los muchachos, de no más de 22 años, se miraban desconcertados. Eran dos. La miraban cómo buscándole más de lo que ella tenía. En un inglés cerrado, intercambiaban frases en voz baja. Llamaron a una chica que estaba cerca. A otro. Uno más se acercó. Nadie parecía dar con lo que esperaban. La rodeaban, mirándola desde abajo, por atrás, por ambos costados. Nada.
En los primeros meses del 2009, llegó al mume una nueva donación. Esta vez venía con papel de secreto.
Un secreto que el señor Alexis Hintz traía guardado por algo más de 10 años, desde aquella vez en España en que su padre lo visitara. Lo tenían que conocer otros. Era momento, ya que habían pasado dos décadas sin compartirlo con nadie: en el fondo de la casa familiar del barrio Colón, escondido bajo tierra, se encontraba un mimeógrafo, que había sido del aparato clandestino de prensa del Partido Comunista.
Su padre, un ruso llegado a Uruguay y adherido al Partido Nacional, se había hecho comunista luego de aquellos hechos en la seccional 20, en Agraciada y Valentín Gómez, cuando ocho comunistas fueron asesinados por las Fuerzas Conjuntas. Era el año 1972, en un Uruguay complejo, y aquella no era poca razón para entender que allí podría haber una causa justa para integrarse. Hoy parecería imposible, pero entonces no lo era.
Padre e hijo, integrantes de la misma organización, sin saberlo. Y fue recién desde su estirado exilio en España, en aquel viaje de reencuentro familiar, hace más de 10 años, que Alexis se enteró de todo esto.
En el año 1976, en uno de los peores momentos de persecución al Partido Comunista y a sus publicaciones, cuando el diario El Popular hacía unos años que había sido prohibido, se imprimía de manera clandestina un diario bajo el nombre de Carta Popular. Había seis máquinas del mismo estilo repartidas en distintos lugares. Sergio Hintz la tenía en un entrepiso armado en el baño, en los fondos de su casa de terreno grande y lejos de la parte más urbana de Colón. Una vecina era su contacto, la que le acercaba el papel con el que trabajaba. Y todo parecía pasar desapercibido.
En ese año, allanamiento de la casa mediante, el padre de Alexis fue detenido, pero la imprenta zafó. Alguien lo había delatado, pero al no encontrar motivos para su detención, unos días después lo liberaron. Fue en ese momento que decidió enterrarla en el terreno de su casa para evitar nuevos riesgos. Frascos con tinta y máquina, todo cubierto por un trozo de tanque de agua de fibrocemento, quedaron entonces bajo tierra y a salvo.
Cuando el museo (mume) recibe la noticia y la convocatoria, a treinta y tres años de aquel enterramiento, acepta con ganas. Se trata ir al lugar a buscar el aparato escondido. Así salen, detector de metales y pala en mano, Aurelio González (fotógrafo de El Popular), Elbio Ferrario (Coordinador del mume), Antonia Yáñez (integrante de la Asociación de Amigos y Amigas del mume), junto a dos funcionarios más del museo. Fuccio Musitelli los acompañó para registrarlo todo con su cámara.
En la mañana los esperaba la familia Hintz, con una mezcla de curiosidad y ansiedad. Comienzó la búsqueda con el detector de metales, pero sin mucho éxito. El aparato sonaba por todos lados, sensible a cualquier chapita o metal que por allí hubiera. El terreno iba quedando como una rebanada de queso. Hicieron pozos en un gran radio, siguiendo las indicaciones del aparato. Finalmente decidieron cambiar de herramienta y de estrategia: con una varilla larga, hundida en la tierra, buscaban toparse con el mimeógrafo transformado en obstáculo.
Eran como las cuatro de la tarde, cuando alguien dijo “¡acá hay algo!”. La varilla salió de la tierra con manchas de tinta. Con cuidado, palearon hasta generar un pozo de algo más de un metro de profundidad. Desde allí se veía el trozo de fibrocemento.
Finalmente la máquina llegó al museo, llena de tierra adherida y reseca y algo comida por la erosión del tiempo. Y allí está ella ahora, siendo estudiada e investigada por estos muchachos recién llegados de Estados Unidos que nunca habían visto algo semejante. ¿Qué pensarán? Lamento no saber inglés para entender su diálogo. Cómo no les di bolilla a mis viejos cuando me decían, cada vez que me hacía la rata al instituto de inglés, que algún día me arrepentiría de no aprovechar eso… Seguro le están buscando el teclado. Por más que me expliquen cómo funcionaba, yo todavía no entiendo. Porque es obvio: ¡o le falta el teclado o le falta algún botón! Pese a que algo de español manejan los técnicos, seguramente yo ahora no logre con mi explicación hacerles comprender todo lo que implica realmente esa máquina. La gran utilidad que tuvo para los sindicatos y sus volantes, los boletines, las publicaciones. Lo que significa para aquellos que cada vez que entran a esta sala, nostalgean con los recuerdos que les genera, y hablan de una gelatina y manchas en las manos. Seguramente les cueste identificar este aparato con un símbolo de la resistencia a la dictadura. Como tantos otros símbolos de esa resistencia de la vida cotidiana, que quizás no siempre han sido lo suficientemente reconocidos.